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viernes, 23 de septiembre de 2011

CRÓNICAS CULINARIAS DE UN PUEBLO MANCHEGO

Si de cocina y de comer se trata, no hay más remedio que escribir un post sobre el pueblo manchego al que me refiero en el título; lugar que asocio a mis primeros recuerdos gastronómicos, que no cambiaría por nada, ni siquiera por una comida en El Bulli, dicho sea esto con toda  mi admiración al gran Adriá.
Me refiero a Tarazona de la Mancha, provincia de Albacete y el lugar donde nació mi abuelo materno,Santiago.
Para que os situéis: cuando no había autovía y para ir a Alicante había que pasar por La Roda, un poco más adelante del Bar Juanito (lugar de parada obligatoria para desayunar) a la izquierda,estaba la desviación para Tarazona.
Este pueblo tenía su río, el Reato,  su iglesia, su plaza.... y la casa de la Tía Enriqueta, "hotel" cinco estrellas donde mi familia se alojaba en sus visitas, generalmente coincidiendo con la feria y en ocasiones en temporada de matanza.




Esto no se si es verdad o leyenda, pero me dicen que una de las primeras palabras que aprendí o que me enseñaron  en mi infancia es "tajada", en versión tarazonera "tajá"; parece que cuando en Tarazona, me preguntaban " ¿que quieres comer?" la que escribe estas líneas, con su lengua de trapo respondía " tajá, tajá".
Como todo hotel de cinco estrellas en Tarazona, la casa de la Tía Enriqueta tenía un corral con sus gallinas y sus cerdos. Y la cocina de la casa tenía una puerta por la que se salía al corral; como si fuese hoy me acuerdo de mi abuela Matilde saliendo al corral, coger una gallina, darle matarife (yo en esta parte no solía estar presente, me daba yuyu) y sentarse en una banquetita a desplumar al ave; y yo a su lado viendo  la operación como hipnotizada; y el pollo del corral a la cazuela, sin intermediario alguno.





La casa tenía para mí dos sitios especialmente atrayentes:  el primero, la cámara en la parte superior, enorme, donde estabas colgados los jamones; ¡ que olorcito¡

El otro lugar era la despensa, una habitación pequeñita y estrecha, con baldas colgadas en las dos paredes; entrar en la misma y que se te revolucionaran las papilas gustativas y el sentido del olfato eran todo uno; un "mix" de olor a magdalenas caseras, a chocolate, a alguna orza que siempre había con chorizos, morcillas, costillas adobadas,  a las sobras de la comida del mediodía, a pan de los que se hacían en horno de leña; vamos, todo un festival de olores y sabores; solo de acordarme se me hace la boca agua.

En este pueblo de La Mancha, hay otros dos sitios que ahora me vienen a la mente, por supuesto relacionados con esto del comer: una carnicería, en la misma calle que nuestro hotel cinco estrellas, donde el día de la marcha a Madrid se compraban kilos y kilos de  chuletas de cordero; y una confiteria pequeñita que había en  la plaza, y adonde íbamos a comprar " los chambis" ( helados, en dialecto tarazonero)

No quiero olvidarme de tres momentos importantes si hablamos  de la cocina de Tarazona:

1.- Momento magdalenas: en la feria, mes de agosto, en nuestro hotel cinco estrellas se hacían cientos y cientos de magdalenas; y claro, Ikea no existia y no se podían comprar esos moldes de papel tan cucos que encontramos ahora; así que siempre había un día en que todas las mujeres de la casa, incluida yo, nos poníamos a hacer con un  papel blanco, cuyo nombre no recuerdo, los moldes de las magdalenas, para luego, hornearlas; aquello me resultaba de los más divertido y aunque hice unos cuantos moldes con mis manos, ahora mismo no sabría ni como  empezar a doblar el papel. Estaría en cantada de que alguien me lo recordara;Y las magdalenas, caseras todas ellas, estaban " de muerte" y con una onza de chocolate ni os cuento.¡ ah¡ y los moldes..... ¡ monísimos ¡

2.- Momento matanza: pues si señores, para  mi,  niña de seis o siete años, criada primero con biberones y luego con "tajás",  era toda una fiesta y una cabalgata anticipada de Reyes Magos, ese día en el que, desde nuestro pueblo de La Mancha, empezaban a desfilar por el pasillo de mi casa ( bastante largo, por cierto) las orzas con la matanza: chorizos, morcillas, costillas y lomo en aceite,  además de una buena ristra de salchichones; en ese momento, no podía entender como la familia de Tarazona, cuando venía a casa con tan preciado tesoro, prefería comer pescado, con lo que había en las orzas; con estos antecedentes ya se por qué no me gusta el caviar.




3.- Y el último: momento bocadillo de morcilla; hace ya muuuucho tiempo, cuando nadie tenía casa en la sierra cercana a Madrid para ir los veranos, quien esto escribe, iba en el mes de agosto por las mañanas al Parque del Retiro, en una zona cercana a La Rosaleda, en donde estaba el busto de don Benito Pérez Galdós, hoy ya trasladado de sitio; siempre había bocadillito de media mañana ¿ y cual era esa merienda mañanera? ¿ bollycaos? ¿donuts? o quizá ¿tigretones?: nada de eso, había bocadillo de morcilla de Tarazona, con sus piñoncitos. un auténtico manjar;  y no me  padecí ni de obesidad ni de colesterol.

Ahora que ya casi todo se puede comprar en los supermercados listo para darle un calentón de microondas, sin necesidad de cocinar, "las tajás", las orzas, las magdalenas de antaño y el "hotel cinco estrellas" de la Tía Enriqueta, bien se merecen este poquito de literatura.
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